OPINIÓN. Aunque la noción del tiempo pueda resultar engañosa y hasta a veces la perdamos, lo cierto es que llevamos ya muchos años, demasiados, con el cuento del ferrocarril y la apuesta denodada por su potenciación e impulso definitivos en el transporte de mercancías en España. En mi recuerdo son ya veintiocho años desde el ambicioso programa ferroviario contemplado en el Plan Director de Infraestructuras 1993-2007 (MOPT, 1993) y diecisiete desde el Plan Estratégico de Infraestructuras y Transportes (PEIT, 2004) este último con un horizonte de actuaciones que abarcaba de 2005 a 2020.
En esa ficción, y con esa incansable ilusión interesada de algunos, se han derrochado cifras multimillonarias y discursos infinitos, siempre confiando en que el futuro será inevitablemente del ferrocarril. Era el futuro hace años y lo sigue siendo ahora.
Múltiples intereses
Los mensajes políticos en pro del ferrocarril han sido tan insistentes como tozuda la realidad de la competitividad, eficiencia y primacía del transporte de mercancías por carretera, de esos camiones que muchos quisieran ver reducidos a la mínima expresión, teniendo la menor trascendencia posible.
Hoy mantiene esa obsesión mucha gente cuyos intereses paradójicamente o no son confesables o son demasiado evidentes. Están los de la obra pública, los aspirantes a concesionarios del servicio, los fabricantes del equipamiento, los que viven y disfrutan de altos puestos vinculados a estos proyectos, los que manejan y deciden sobre abundantes recursos públicos que gestionan según sus ocultas prioridades, los subvencionados de siempre, las multinacionales que quieren disfrutar de un nuevo oligopolio y un largo etcétera de empresas y personajes públicos y privados que forman parte del importante “lobby ferroviario” o a los que les interesa beneficiarlo. No faltan tampoco los palmeros, los que se apuntan al carro para tener un motivo por el que aparecer en la palestra pública y quedar bien con los otros.
Desde el transporte por carretera hemos vivido esta realidad y su correspondiente presión social con cierto complejo, abrumados por los permanentes argumentos manejados en nuestra contra, llevados prácticamente hasta la humillación, por ser contaminantes, peligrosos, molestos y despreciables.
Penalizar al transporte por carretera para que el ferrocarril prospere
En esta última etapa ya no está siendo suficiente con apostar en exclusiva por el ferrocarril, con dedicarle recursos ingentes sin saber tan siquiera cual va a ser la futura demanda real del mercado, ahora se trata ya de penalizar al transporte por carretera, de intentar que el ferrocarril prospere tratando de hundir al camión con más imposición y más trabas cada día. Nuevos peajes, más impuestos y más restricciones para ver si así podemos conseguir que el tren mejore su cuota de una vez por todas.
Nosotros solo podemos decirles que estamos hartos del trato que recibimos, que las mercancías siguen viajando en camión pese a sus políticas y sus películas, que basta ya de vividores y cuentistas, que nuestra economía se mueve en las carreteras y que estamos orgullosos de que así sea. Aunque la situación sea insoportable, no esperen confiados que nos dejemos ganar la batalla.
Carlos García es secretario general de la Federación Valenciana de Empresarios del Transporte y la Logística (FVET).
